sábado, 7 de abril de 2012

Altares de Dolores

Desde la segunda mitad del siglo XVII, año de 1660 aproximadamente, dio inicio en nuestro país la tradición de “levantar” construir, el sexto viernes de Cuaresma, los llamados “incendios” o Altares de Dolores. Estos se consagran a los sufrimientos que la Virgen María padeciera durante la semana de pasión de su hijo Jesucristo, simbolizados en las siete espadas que atraviesan su corazón.

Estas construcciones efímeras, colocadas solo durante pocos días, son un homenaje para demostrar que la Madre de Dios no se encuentra sola, en su penar, y así estará acompañada por la piedad de los fieles. Por ejemplo las alfombras de flores, semillas y aserrín coloreado son una manera de hacer menos penoso su camino por “la Calle de la Amargura”; el trigo germinado, hecho crecer con las lagrimas de sus ojos, alude a su fecundidad como mujer corredentora de la humanidad, al tiempo que sugiere la materia prima con la que se elabora la Sagrada Forma o la Eucaristía. Las aguas de colores, siempre en vistosos botellones, recuerdan también sus lagrimas derramadas a los pies de la cruz. El color característico de su manto es morado, en memoria de la pasión. Siempre acompañan a la Dolorosa, angelitos pasionarios, es decir, que cargan las “armas de Cristo”: cruz, corona de espinas, esponja, lanza y manto de la verónica.

La devoción a Nuestra Señora de los Dolores, fue impulsada por la Iglesia desde el año 1200, sobre todo por los padres servitas (Franciscanos), aunque con el tiempo fueron los miembros de la Compañía de Jesús, conocidos como Jesuitas, los que sin duda alguna dieron mas difusión a este culto en México. En la capital de Nueva España, durante el siglo XVIII Y XIX el Viernes de Dolores era también un colorido paseo, conocido como “Jamaica de las Flores”, en las que todo el pueblo, pobre o rico. Se reunía en la Acequia de Roldán o el Canal de la Viga para comprar flores, que venían desde las chinampas Iztacalco o Santa Anita. Por la noche del mismo viernes, las familias capitalinas y las de la región del Bajío, acostumbraban mostrar sus “incendios”, colocados en la sala de sus casa, convidando a sus invitados con un vaso de agua fresca para aliviar los calores de la primavera y compartir de cerca los misterios del la Pasión.

En realidad, esta hermosa tradición de los Altares de Dolores pretendía, con el brillo de las banderitas de oro, la cera escamada o labrada, el juego de color de vidrio azogado de las esferas y el aroma de las flores, conmover a los fieles a través de los sentidos de la vista y el olfato, para así, exaltar su compasión por las aflicciones de la Virgen Santísima.

En el antiguo Santuario de Guadalupe, la virgen de los Dolores tenía su altar permanente y durante su fiesta, todo el cabildo la celebraba con un oficio especial, que incluía la participación de su capilla musical (hoy coro de infantes), que entonaba en esa ocasión el Stabat Mater, que es el canto ofrecido en desagravio a este duro trance de la pasión.

Información proporcionada por la delegación de turismo en Patzcuaro.

Altares de Dolores en Patzcuaro.

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